Las mejores ciudades son centros que generan buenos ecosistemas, así que si los dirigentes de una ciudad desean aparecer en el mapa de los negocios inteligentes y del empleo de calidad, deben evaluar con mucho cuidado el modelo que están persiguiendo.
Uno de los más grandes cambios vividos durante la última parte del siglo 20, fue que el mundo se tornó a ser más citadino y no rural.
La mayoría de las persona hoy día vivimos en ciudades, es por eso que los gobiernos locales son ahora tan relevantes.
Los modelos más interesantes de innovación humana, han nacido en las alcaldías y luego se han expandido en los contextos nacionales, pues al fin y al cabo las alcaldías son las instancias de poder más cercanas al ciudadano y sus regentes son, junto con sus políticas, quienes más influyen en su calidad de vida.
Mucho se habla hoy de las ciudades inteligentes, sostenibles, resilientes o abiertas, son muchos los entes internacionales y multilaterales que enfocan sus esfuerzos en apoyar a las ciudades que acometen la labor de ser mejores y seguir alguno o todos estos programas.
He tenido la oportunidad de trabajar de una u otra forma en estos temas en algunas ciudades de la región, y he llegado a la conclusión de que en el principio de todos estos programas, está lograr que quienes las habitamos seamos conscientes de que no solo debemos servirnos de ellas, sino que también debemos aportarles y compartirlas.
Los problemas que viven las ciudades de hoy son causados por el egoísmo, por el constructor que piensa en beneficiarse a como dé lugar, sin darse cuenta de que la ciudad que él construye, al final la tendrá que vivir él mismo, el ciudadano que no se involucra en los problemas, como si los temas de su ciudad no fuesen suyos, los mandatarios que se sirven de la ciudad y sus ciudadanos, en vez de servirlo. En general, de personas que olvidan que la ciudad es un espacio común, que debemos compartir y pensar en el bienestar general.
Debemos ser conscientes de que las calles no son sólo para los carros, que las bicicletas tienen tanto derecho a usar las vías como cualquier camioneta y que de hecho alguien que en lugar de salir a contaminar el ambiente y decide moverse de forma sostenible, debería recibir un premio.
Si logramos superar el egoísmo ciudadano, lo pensaremos dos veces antes de malgastar el agua o de ocupar el espacio público que es el espacio de todos, o de contaminar el río que pasa por nuestro barrio o de no ser irrespetuosos con aquellos que hacen fila para tomar un bus.
Hace un tiempo estos temas solo pertenecerían a la esfera política, pero resulta que ya se ha probado que las ciudades más “inteligentes” atraen a las personas talentosas, y estas a su vez atraen a los que necesitan de esos talentos, quienes a su vez atraen a los que necesitan invertir.
Las mejores ciudades son centros que generan buenos ecosistemas, así que si los dirigentes de una ciudad desean aparecer en el mapa de los negocios inteligentes y del empleo de calidad, deben evaluar con mucho cuidado el modelo que están persiguiendo.
La ciudad egoísta es un lugar que corta la cooperación, sin espacios de conexión y sin el menor interés en generar relaciones de valor entre sus ciudadanos.
La ciudad egoísta nos enfermará de estrés, del corazón, de la presión y muchas cosas más, la ciudad egoísta nos hará infelices y nos descartará como se hace con las cosas que se usan y luego se tiran.